La peseta: Cara o cruz

Claridad en la Nación
Francisco A. Catalá Oliveras*/Especial para Claridad

La llamada peseta boricua, en “conmemoración a la Isla como territorio estadounidense”, es el último episodio de un largo historial de “crisis de identidad numismática”. Presumimos que los taínos tendrían algún sistema de trueque aunque, como se sabe, en otras sociedades se han utilizado los objetos más dispares, desde caracoles hasta trozos de oro, como medios de intercambio y de pago.
De todas maneras, el historial a que hacemos referencia comienza con la conquista española, prosigue con el situado proveniente de México y se reorienta con la invasión de 1898. En este periplo numismático suele destacarse la tasa de conversión de 60 centavos estadounidenses por cada peso dispuesta por la Ley Foraker en el año 1901, lo que constituyó una devaluación de la moneda provincial que facilitó la adquisición de terreno por parte de las corporaciones extranjeras y su dominio sobre agricultores carentes de crédito. Así comenzó lo que algunos todavía insisten en llamar “moneda común”. Quizás la confunden con el euro, que sí es una moneda común de los países que forman parte del sistema monetario de la Unión Europea.
El reciente episodio del cuarto de dólar (“quarter”) o moneda de veinticinco centavos o peseta, como se le llama aquí, comenzó cuando el presidente Clinton aprobó en el año 1997 la ley que autoriza una serie especial de pesetas para honrar a los cincuenta estados en el orden en que ingresaron a la Unión. La serie se inició en el año 1999 con Delaware, el primer estado estructurado como tal, y finalizó en el año 2008 con Hawai, el último estado en hacer su ingreso. La ley también disponía que si cualquier jurisdicción bajo el control de Estados Unidos se convertía en estado, se emitiría la peseta de rigor para honrarlo. Aquí cabe la lapidaria conclusión de Ron Meyer de la revista numismática Coinage: “Esto nunca sucedió, por supuesto, y probablemente nunca sucederá”. Es evidente que los numismáticos son más francos que los políticos.
Ante la imposibilidad que resume la anterior cita la actividad de cabildeo ante el Congreso para que la serie especial de pesetas se extendiera a otras jurisdicciones no se hizo esperar. El cabildeo tuvo éxito. El presidente Bush firmó la ley el 26 de diciembre de 2007 para “honrar” con su peseta al Distrito de Columbia (Wáshington D.C.) y a cinco “posesiones” o “territorios”: las Islas Marianas del Norte, Samoa Americana, Guam, las Islas Vírgenes Estadounidenses y Puerto Rico. El problema es que ahora no se sabe muy bien qué es lo que se honra. Puesto que no se trata del ingreso de estados a la Unión tiene que ser, por lógica, el ingreso a la subordinación colonial bajo la bandera de Estados Unidos.
Por cierto, la franqueza de los numismáticos cuando llaman las cosas por su nombre tiene precedentes bien cercanos, como por ejemplo, el Código Federal de Rentas Internas. ¿Recuerdan la ya derogada Sección 936? Dicha sección cobijaba, en su lenguaje, a las “corporaciones de posesiones”. Más claro no canta un gallo. No en balde dicha sección se consideraba consustancial al estado libre asociado.Los emblemas de los billetes y monedas no son meros accidentes. Nos remiten a la historia, a los fenómenos económicos y a los vaivenes del poder político de los países que las acuñan. Sobresalen los forjadores del país y los políticos y gobernantes que con el transcurso del tiempo asumen estatura de patriotas.
En la cara de la peseta estadounidense, como en el billete de un dólar, aparece Wáshington; en el reverso, que llamamos cruz porque allí solían figurar los escudos de armas divididos en cruz, aparece la imperial águila norteamericana.En la cara de la llamada peseta boricua, como en la serie de los estados y de las otras jurisdicciones, reaparece Wáshington. Las variaciones se dan por el lado cruz. En la parte superior del lado cruz de la boricua se identifica a “Puerto Rico” y se añade “Isla del Encanto”. La parte inferior es dominada, como en toda la serie, por la frase “E Pluribus Unum” y por el año de emisión, que en este caso es 2009. El centro del diseño lo protagoniza la garita y la amapola.
En el debut de esta peseta no podía faltar el sainete. En su presentación en sociedad, presidida por el Secretario de Estado (¿qué Estado?) y por el Gobernador, el primero la caracterizó como la primera peseta “bilingüe”. No advirtió el lema “E Pluribus Unum” que la convierte en trilingüe. El Gobernador, temiendo alguna afirmación de identidad nacional, de inmediato aclaró que “el uso del castellano no particulariza a Puerto Rico respecto a los demás estados”. Rechazó que otros aspectos del diseño, suponemos que se refería a la garita y a la amapola, resalten diferencias culturales entre Estados Unidos y Puerto Rico. En otras palabras, somos indistinguibles. . .Tampoco estuvo ausente la controversia en torno al cuño. ¿Es una flor de maga o una amapola? El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que tiene la última palabra, dictaminó que es una amapola. Sospechamos que el diseñador norteamericano nacido en New Jersey, Joseph Menna, no tiene “perra idea” si es una u otra. No nos extrañaría que la próxima controversia gire en torno a si somos la “Isla del Encanto” o la “Isla Encantada”. Después de todo, qué se puede esperar de una peseta que conmemora que Puerto Rico es una “cosa que posee” (posesión) Estados Unidos.
Para despejar el campo de equívocos lo mejor que podemos hacer es referirnos nuevamente a la numismática. Ron Meyer puntualiza que la serie especial de pesetas ha sido sumamente rentable para el Tesoro de Estados Unidos. Acuñar cada peseta cuesta diez centavos pero en la hoja de balance federal aparecen veinticinco centavos. Esta “ganancia” se llama señoriaje, el derecho que pertenece al señor o soberano en las casas de moneda por su fabricación. El señoriaje de las 139 millones de pesetas con la garita y la amapola pertenece, claro está, al Tesoro de Estados Unidos por la sencilla razón de que no se trata de pesetas verdaderamente boricuas.
Podrán albergarse dudas sobre la flor. Pero está claro en dónde radica el señoriaje, el poder del señor. Huelga subrayar que éste se extiende mucho más allá del acto de acuñar una moneda. Esto seguirá así mientras los puertorriqueños permanezcamos tercamente ofuscados con el estéril e interminable juego político de “cara o cruz”.*
El autor es catedrático jubilado de Economía de la Universidad de Puerto Rico y miembro de la Junta Directiva de claridad.

Fuente: claridadpuertorico.com

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